Un viaje interior

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En ocasiones es necesario desapegarse de los lugares comunes, y adentrarse en culturas milenarias llenas de sabiduría, por eso en esta ocasión hablaremos del Tibet como destino turístico. No es un viaje fácil, sin embargo, verás que vale la pena.

Para llegar al Tibet es necesario llegar primero a China, por lo que se debe contar con visa para la entrada a este país. Además del visado chino, es necesario contar con TTB Permit (Tibet Tourism Bureau Permit); si estás organizando tu viaje con una agencia de viajes, ésta puede encargarse de tramitarlo.

Desde China se puede optar por tomar un tren o un avión a Lhasa, capital del Tibet.

Debes asegurarte de que Tibet esté abierto para el turismo en los días que planeas viajar, ya que en ocasiones por la situación especial política del país, éste es cerrado a los extranjeros.

Una vez de lado los papeleos, lo que hay que disfrutar en el Tibet son principalmente los templos budistas, que para los interesados en esta filosofía, estarán llenos de un misticismo muy particular.

Entre los templos y monasterios más importantes de visita obligada en Lhasa, envueltos por sus majestuosas montañas, están los conocidos como los “tres grandes templos”: el monasterio de Gardan, el de Drepung y el de Sera; sin embargo, otro imperdible es el Palacio de Potala, un conjunto de edificios antiguos, residencia del Dalái Lama y patrimonio de la humanidad.

Ya que has llegado hasta acá es imprescindible acercarse todo lo posible al Himalaya, para mirar el Everest, la montaña más alta del mundo. En los alrededores también se recomienda visitar la montaña Kangrinboque y el lago Mapam Yumco y practicar alguno de los deportes ligados a las condiciones climáticas de la zona como el alpinismo o la bicicleta de montaña en las zonas de Qomolangma y Xixabangma.